Que siempre me llevarías en tu memoria, decías, pero al encontrarte esta mañana, años después, no se cuantos, cinco, diez, mil, quizás más, descubrí la tristeza en tu mirada, y entendí que nada es eterno, ni el amor ni el deseo, y que mi rostro, mi sexo, mis labios, las yemas de mis dedos, han sido remplazados en tu memoria y tu entrepierna por las facciones afiladas, el miembro enhiesto, la lengua acerada, los dedos de fuego del olvido.
jueves, 22 de agosto de 2013
Reencuentro
Que siempre me llevarías contigo, en tu memoria, decías con aquel desparpajo tan característico en ti las pocas veces que parecías feliz, cuando estabas conmigo, por ejemplo; como cuando, mientras manejaba por aquella carretera inhóspita, te me encaramaste por primera vez y, en medio de un torrencial aguacero, terminamos trenzados en medio de una ranchería, junto al quiosco, frente al templo, con los vidrios empañados, con relámpagos en los labios, en la mirada, en las manos, en el pecho y con la lluvia entre las piernas.
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El olvido es un amante fiel.
ResponderEliminarsaludos
La cura para el dolor por aquello que perdimos es el olvido.
ResponderEliminarUn abrazo.
Olvido es sinónimo de muerte.
ResponderEliminarEs extraño que no esté escrito en forma de poema, el tema y el desarrollo se prestaban para ello.
Saludos.