lunes, 20 de mayo de 2013

Venganza

Por lo regular papá me llamaba cerca de la medianoche cuando todos estaban dormidos. El régimen casi militar al que nos sometía nos ordenaba dormir a las 7pm cuando el sol todavía no se metía.
Mi madre dormía a su lado amamantando a mi hermano pequeño. Mis otros hermanos descansaban en las otras camas.
No se oía ni un ruido más que la respiración pausada de los habitantes de la casa. Afuera todo era tan normal, dentro todo era tan irreal que nadie podría saber lo que ocurría.

Así comenzó todo.

Muy quedito se levantaba mi padre de la cama, acercándose a mi decía en un susurro: Ahorita que me acueste, vienes. Tenía cerca de cinco años cuando todo empezó.
La primera vez no entendí para que querría que fuera a su cama. Me levanté con la inocencia del que nada teme. Cuando estuve junto a él, me levantó la camiseta y empezó a sobarme la panza.
¿Qué sentía al hacerlo? Nunca lo supe y ni siquiera se me ocurrió preguntarle, le tenía miedo ya había probado su mano en mi mejilla cuando no lo obedecía. De oficio albañil tenía las manos tan encallecidas que cuando nos pegaba era una especie de cuero lo que nos azotaba. Nos dejaba marcados los dedos por varios días. En la escuela no sabíamos que decir cuando la maestra preguntaba qué nos ocurría. 


Empecé a odiar que llegara la noche porque sabía que me diría que fuera hasta donde él estaba y empezaría a sobarme la panza.

Un día mi hermana mayor le dijo que dónde estaba yo cuando me buscó y no estaba junto a ella.
-¡Duérmete!- sonó tajante.

Esa vez mamá no estaba, se había ido a parir a mi hermano.

Yo siempre vi a mi padre como un monstruo. Sabía que lo que hacía no era bueno porque esperaba la noche para acariciarme.
Mi hermana -ya de más grande- me preguntó si me había hecho algo más pero le dije que no y se quedó tranquila. El odio que vi en sus ojos me asustó, no quise contarle lo que me hizo una noche en que bajó su mano.
Lo borré de la memoria.

Tiempo después supe que a mis demás hermanas les había hecho cosas peores que a mi. ¿Dónde estaba mi madre cuando eso pasaba?
Hasta el día de hoy no lo sé. Ya no quiero preguntar más. Es como abrir una herida cicatrizada pero que por dentro está supurando. 
Si me pidieran meter las manos al fuego por alguno de los dos lo haría por mi madre, ella era una santa porque de otra forma no entiendo cómo es que vivió al lado de mi padre durante tanto tiempo.

Mis hermanos se salvaron, al menos así lo creo porque ven a mi padre como un ídolo. Lo tienen subido en un pedestal como si fuera la máxima gloria que el mundo les dio. Yo he querido quitarles la venda de los ojos para que ese gigante falso caiga a sus pies pero mi hermana me lo ha advertido: Dios me mandará al infierno porque esas cosas son pecado y por lo tanto no se deben decir. Se debe morder el alma antes de decir algo del padre o la madre.

Por eso me he quedado callada tanto tiempo pero me he prometido a mi misma que el día que esté muriendo se los voy a decir. Esa será mi venganza, romperles el ídolo de barro que tuvieron por padre no le hace que me vaya al infierno porque no creo que haya algo peor que lo que viví en la tierra.










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