jueves, 28 de marzo de 2013

Penélope

Cada mañana
se sentaba en una banca
en la estación,
a esperar algo
que nunca llegaría,
estaba loca de atar,
en el pueblo decían,
si hacía diez años ya
desde que por vez postrera
el tren pasó por esas tierras,
marchitas por el hombre,
como las prímulas sin agua
o las mejillas de las putas
tras el paso de los años.
No le cantó Serrat,
no hubo bolso marrón
y zapatos de tacones,
no hubo Odiseo al que aguardar,
no parió a Poliportes
ni tejió una esperanza,
Publio Ovidio olvidó
incluirle en sus cantos.
Cada mediodía,
cuando el sol pega a plomo,
cubierta en soledad
con las piernas abiertas
estiraba los brazos
y apretaba los párpados
jadeaba, gemía,
mordiéndose los labios,
sus gritos inundaban
aquella estación vacía,
y juraban en el pueblo
que se podía sentir
el rechinar del tren
en las olvidadas vías.

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