lunes, 1 de abril de 2013

Días revueltos

Los días andan así como quien no quiere la cosa. Extraños en proporciones exageradas. Los animalitos lo sienten. Por ejemplo, en la mañana que fui a darles el maíz a las gallinas ni siquiera bajaron cuando me vieron. Ni que decir de los palomos. Por más migajas que les eché, nada que vinieron a comer.

Yo creo que algo tiene que ver la luna de anoche. Estaba muy grandota y amarilla, pero de un amarillo raro., haga de cuenta como si le doliera la panza, así.
No hice mucho caso porque la luna tiene noches en que no quiere ni que la vean porque se esconde tras los árboles o se duerme en las nubes sin querer alumbrar nada y amanece toda enmuinada. Hasta se le hace tarde porque es de mañana y ai sigue en el cielo.

Lo que me dejó sorprendido fueron las palomas porque esas siempre con su cucurrucú piden a cada rato les dé de comer. 
-Pos sabrá Dios- dije entre mi yéndome al río a bañar.

Hacía buen tiempo.

En el camino encontré algunas ranas saltando para ningún lado, queriendo esconderse de algo. Rascándome la cabeza las quedé viendo pero ellas sin asustarse de mi siguieron su camino.

Miré el cielo pa´ ver si encontraba algo y entonces lo vi. El sol muy grande y rojo estaba comiéndose a la luna. Se miraba clarito como le iba dando semejantes mordidotas. 
Hice sombra con mi mano medio tapándome los ojos pero el brillo no me dejaba ver más que lo poquito que alcanzaban mis ojos entrecerrados. 

A lo lejos se alcanzaban a oír los ladridos de los perros asustados. El relinchido de Tobías -el caballo del abuelo- parecía que se había puesto loco.

Regresé al ranchito temeroso del viento fuerte que se había soltado. Estaba oscureciendo a pesar de ser mediodía. Mi cabeza no acababa de entender que ocurría.
Cuando iba a mitad del camino se hizo de noche total. Era cosa del Diablo. Se supone que debía estar el sol alumbrando como siempre pero en su lugar estaba un disco rojo que se había comido a la luna.
Me asusté

¿Ya no habría más días? ¿Nos quedaríamos a oscuras todo el tiempo?

Sin saber que pensar seguí caminando en medio de la rara oscuridad. A medio camino el viento dejó de silbar. Miré hacía el cielo y vi que el sol estaba encima de la luna. Los dos juntitos como si fueran enamorados.
Se miraban bonitos pero seguía dándome miedo.

Durante mi regreso al rancho, se hizo de nuevo la luz. La luna estaba separada del sol y este alumbraba por todo lo alto.
Ya no se oía el ladrido de los perros ni se veían las ranas asustadas. 
Al llegar a la casita las gallinas habían terminado el maíz y los palomos se daban arrumacos. Tobías tomaba agua del bebedero mientras se espantaba las moscas con la cola que movía cada tiempo.

No tuve más miedo, todo estaba volviendo a la normalidad.

Echándome sobre la yerba me quedé mirando al cielo azul. La luna ya no estaba y el sol, ¡ah el sol! estaba muy brillante así como si estuviera muy contento. Como si acabara de besar a su novia y fue cuando me quedé dormido pensando en que que bonito es el amor.

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