jueves, 11 de abril de 2013

A veces

A veces
nuestras manos
se convierten
en tiempo
que recorre
nuestras ganas,
nuestras canas,
nuestra propia miseria,
esa falta
de voluntad
que hace de los hombres
vulnerables trozos de hueso
cubiertos de músculo y tejido,
pero otras,
como ahora,
el tiempo
se convierte
en suaves dedos,
tersos,
que recorren
nuestra piel ajada,
nuestros labios ateridos,
nuestros sexos hirsutos,
y se enredan
mientras él,
tiempo al fin,
se detiene,
así, sin más,
en esta habitación
oscura
y esta cama
destendida.

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