lunes, 8 de abril de 2013

De las manos

Mis manos carecen de sentido, de forma y color. Son una especie de muñones gordos con remedo de dedos. Las tengo así desde los trece años. En ese entonces tenía la costumbre de meterme a bañar y tardar mucho tiempo dentro. Lo hacía cuando quedaba solo en casa. Llenando la tina con agua tibia, me desnudaba completamente mirando como la llave dejaba escapar el líquido transparente. Cuando estaba casi llena metía el pie izquierdo, luego el derecho. Siempre lo hacía así. Ignoro el porqué. Recostándome dentro cerraba  los ojos. Empezaba el ritual. Tocaba mi miembro con la mano izquierda mientras con la derecha recorría los muslos. Sentía como se erizaba la piel, era exquisito. Me transportaba a otro mundo. Con los ojos cerrados viajaba por miles de imágenes de hombres desnudos que momentos antes había visto en internet. En mi incipiente adolescencia estaba descubriendo un mundo vedado a mis ojos y a mi cuerpo. Recién descubría que me gustaban los hombres. Si mis padres supieran eso me matarían,  razón por la cual no decía a nadie -ni siquiera a mis amigos- lo que hacía en las largas sesiones frente a la computadora. Mis papás creían que estudiaba. El baño era obligado después de ver a los hombres como si me invitaran al sexo.  Tenía que bañarme después para limpiar el pecado de masturbarme.
Recorría cada centímetro del cuerpo con las yemas de los dedos  mientras el pene iba poniéndose duro, transportándome al cielo. Al vaivén de mi mano el agua se movía formando pequeñas olas. Cada vez era más fuerte el golpeteo del agua sobre las paredes de la tina. La mano derecha se crispaba intentando detener el momento que se avecinaba. Quería que durara más y más, que no terminara nunca. La respiración agitada, mis pies tensos, la mano moviéndose cada vez más rápido, mientras con la otra, quitaba el tapón de la tina. Me gustaba ver el momento final sin agua de por medio. En todo su esplendor veía el objeto que me hacía feliz a punto de explotar, dejando salir su líquido blanquecino sobre la mano. Los ojos perdidos en el abismo de las sensaciones no pudieron ver a mi padre parado en la puerta. Con un fuerte grito se abalanzó sobre mi. Jalándome del brazo me levantó por los aires. Me sacó de la tina maldiciendo y gritandp que el demonio vendría por mi. Temblando de miedo no atinaba a hablar. De todos modos no hubiera sabido que decir. No creía que darme placer fuera malo aunque lo intuía. Mi padre seguía gritando mientras le ponía el tapón a la tina y abría la llave del agua caliente. No alcanzaba a comprender porqué la llenaba. Cuando el agua salía casi hirviendo pude ver la razón. Sin mirarme, tomó mis manos y las metió al chorro del agua. El dolor fue inmenso. Un grito inhumano salió de mi boca. Infrahumano dolor que sentí desgarrando la piel. No podía moverme. Con una fuerza descomunal mi padre trataba de que no sacara las manos del chorro hirviendo De pronto vino la salvación. El desmayo llegó en mi auxilio. No supe más hasta que desperté en el hospital. Mi madre me había encontrado tirado en el frío piso del baño con las manos al rojo vivo. Cuando por fin pude desperté el médico preguntó que había pasado. No supe responder. Con ojos llorosos mamá acariciaba mi frente mientras yo veía las manos vendadas a los lados de mi cuerpo. Fue en ese momento que decidí que nunca más hablaría en la vida, ¿para qué? nadie creería que mi propio padre, obedeciendo a no sé que instinto había quemado mis manos dejándome en su lugar dos muñones que nunca volvieron a servir para nada porque también decidí que desde ese instante mi cuerpo no volvería más a sentir.

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